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No cabe duda de que la estreptomicina se merecía un Premio Nobel. Lo que sí generó más polémica fue a quién debía concedérsele por su descubrimiento. La estreptomicina fue el primer antibiótico efectivo frente a la tuberculosis, enfermedad que en...
No cabe duda de que la estreptomicina se merecía un Premio Nobel. Lo que sí generó más polémica fue a quién debía concedérsele por su descubrimiento.
La estreptomicina fue el primer antibiótico efectivo frente a la tuberculosis, enfermedad que en 1943, año de su descubrimiento, estaba arrasando la población en Europa y contra la que no era efectiva la penicilina, que había descubierto Fleming en 1928. Incluso se sospechaba que Alemania y Japón podían utilizar con fines bélicos la bacteria que provocaba esta enfermedad. Todo ello da idea de la importancia que tuvo el descubrimiento de un medicamento efectivo contra ella.
Albert Schatz, un joven científico estadounidense, trabajaba por entonces en el laboratorio de Selman Waksman de la Universidad de Rutgers, en New Jersey, estudiando un microorganismo denominado Streptomyces griseus que encontró en el suelo con la esperanza de hallar la solución a la tuberculosis. Tras innumerables jornadas de trabajo que se prolongaban hasta la noche, finalmente consiguió aislar el mecanismo que permitía convertir a este microorganismo en un antibiótico que conseguía detener el crecimiento del bacilo de Koch, causante de la enfermedad.
Sin embargo, Waksman se atribuyó el descubrimiento, aunque simplemente había supervisado el trabajo de su pupilo sin participar en el mismo, y en 1952 llegó a recibir el Premio Nobel de Fisiología o Medicina por ello.
Schatz reclamó judicialmente la autoría del hallazgo, así como las regalías producidas por su patente. Finalmente, ambos investigadores llegaron a un acuerdo económico entre ellos y la Universidad de Rutgers reconoció públicamente el mérito de Schatz, pero la Fundación Nobel nunca admitió su error en la entrega del premio.
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