Lo que necesita tu sistema inmunológico cuando llega el otoño
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Durante la transición entre el verano y el otoño, es frecuente que se produzca un descenso en la capacidad de respuesta del sistema inmunológico. Esta vulnerabilidad se debe a una combinación de factores fisiológicos y ambientales:
- Menos horas de luz natural: con el cambio de estación, disminuye la exposición al sol y aumenta la producción de melatonina, la hormona que regula el sueño. Esto provoca una mayor sensación de cansancio, apatía e incluso tristeza estacional leve (trastorno afectivo estacional).
- Menor producción de dopamina: en otoño, el cuerpo tiende a producir menos dopamina, una hormona relacionada con la motivación, el estado de ánimo y la concentración. Esta alteración neuroquímica puede contribuir a una menor vitalidad, dificultando el mantenimiento de hábitos saludables.
- Descenso de temperaturas: el organismo necesita realizar un mayor gasto energético para mantener la temperatura corporal. Esta demanda energética extra puede afectar al equilibrio inmunológico, haciéndonos más vulnerables a infecciones como resfriados, gripe o faringitis.
- Estrés postvacacional: retomar el ritmo laboral y académico tras el descanso estival supone un estrés para muchas personas. Si se combina con una menor calidad del sueño y un estilo de vida desordenado, puede comprometer aún más la función inmune.
- Más exposición a patógenos: con la vuelta a las aulas, oficinas y espacios cerrados, aumenta la probabilidad de contagios por vía respiratoria. La convivencia en lugares mal ventilados favorece la propagación de virus estacionales como el de la gripe, el resfriado común o el VRS (virus respiratorio sincitial).
Conocer estos factores es el primer paso para anticiparse y actuar. Preparar el sistema inmune no significa “estimularlo” indiscriminadamente, sino apoyarlo con un enfoque integral: alimentación, descanso, manejo del estrés y prevención clínica.
Alimentación: la primera línea de defensa
Una alimentación equilibrada y rica en micronutrientes es clave para que el sistema inmunológico funcione correctamente. Los efectos de una dieta adecuada no se notan de forma inmediata, pero su impacto es profundo y sostenido.
Micronutrientes para la inmunidad
El sistema inmune requiere un suministro constante de vitaminas y minerales para mantener su eficacia:
- Vitamina C: potente antioxidante que favorece la función de los leucocitos.
- Vitamina D: esencial para la activación de células inmunitarias. En otoño, su síntesis cutánea disminuye.
- Zinc: mineral fundamental para la respuesta inmune y la cicatrización.
- Hierro y selenio: necesarios para una inmunidad óptima, sobre todo en poblaciones vulnerables.
Alimentos funcionales e inmunomoduladores
- Ajo y cebolla: ricos en compuestos azufrados con propiedades antimicrobianas naturales.
- Frutos rojos y granada: fuentes de polifenoles con efecto antioxidante.
- Setas (shiitake, reishi): contienen beta-glucanos que pueden modular la respuesta inmune.
- Yogures y kéfir: contienen probióticos naturales que fortalecen la microbiota intestinal, clave en la inmunorregulación.
Suplementación
Cuando la dieta no es suficiente o existen necesidades especiales, la suplementación puede ser una herramienta eficaz, siempre que esté bien indicada.
Vitamina D: una necesidad frecuente en otoño-invierno
Los niveles bajos de vitamina D están asociados con una mayor susceptibilidad a infecciones respiratorias. En personas con exposición solar limitada, se recomienda evaluar niveles séricos y considerar suplementación, especialmente en poblaciones de riesgo como adultos mayores, personas con sobrepeso u obesidad, piel oscura, trabajadores nocturnos, personas institucionalizadas.
Probióticos: inmunidad intestinal e inflamación
Ciertas cepas (Lactobacillus, Bifidobacterium) ayudan a modular la respuesta inmune y reducir la duración de infecciones leves. Es importante escoger productos con cepas específicas, bien identificadas y con dosis adecuadas (≥10⁹ UFC/día).
Fitoterapia
Representa un recurso valioso en la prevención y manejo leve de infecciones estacionales. Algunas plantas medicinales tienen efectos demostrados sobre la actividad del sistema inmune:
- Equinácea (Echinacea purpurea): es un inmunoestimulante y antiviral leve. Aumenta la actividad de los fagocitos y estimula la liberación del factor de necrosis tumoral, interleuquinas e interferón. Su uso clínico se centra en la reducción de la incidencia y duración del resfriado común, especialmente cuando se administra en los primeros días. Deben tener especial precaución las personas alérgicas a plantas de la familia Asteraceae, y las personas que padezcan enfermedades autoinmunes.
- Saúco negro (Sambucus nigra): presenta una acción antioxidante, antiviral y antiinflamatoria. Se ha estudiado su efecto en infecciones por virus gripales, acortando la duración de los síntomas. Destacamos su uso en la prevención y tratamiento sintomático en infecciones respiratorias leves. Debe limitarse a periodos cortos y evitar preparados caseros (riesgo de toxicidad si no se procesa correctamente).
- Astrágalo (Astragalus membranaceus): se trata de un inmunoestimulante adaptógeno. Actúa provocando un fortalecimiento del sistema inmune en personas con convalecencia, fatiga crónica o resfriados recurrentes. Se debe evitar su uso en combinación con fármacos inmunosupresores o en enfermedades autoinmunes sin control médico.
- Propóleo (Própolis): es una sustancia resinosa natural elaborada por las abejas a partir de resinas vegetales, cera y enzimas. Contiene flavonoides, ácidos fenólicos y aceites esenciales, responsables de su actividad biológica. Presenta acción antimicrobiana (bactericida y antiviral), antiinflamatoria y antioxidante. Tradicionalmente se ha utilizado para prevenir infecciones respiratorias leves, y como coadyuvante para aliviar dolor de garganta, aftas y síntomas iniciales del resfriado. Presenta un posible riesgo de alergia en personas sensibles a productos apícolas.
Cabe destacar que no todas las formulaciones tienen la misma eficacia. Es clave elegir productos estandarizados, con concentraciones definidas del principio activo, y evitar combinaciones excesivas sin evidencia clara. No todos los extractos vegetales son adecuados para todos los pacientes. Su uso debe individualizarse y contar con asesoramiento farmacéutico.
Estilo de vida: hábitos que protegen tus defensas
Además de una buena alimentación y suplementación específica, el estilo de vida juega un papel fundamental en el mantenimiento de un sistema inmunológico equilibrado. Dormir bien, moverse con regularidad y manejar el estrés no son solo recomendaciones generales: tienen impacto directo sobre nuestra inmunidad.
Durante el sueño, el cuerpo realiza procesos esenciales de regeneración celular, producción de citoquinas (proteínas inmunológicas) y regulación hormonal. La privación crónica de sueño puede aumentar la inflamación sistémica y reducir la eficacia de la respuesta inmunitaria ante infecciones. Por ello, se recomienda entre 7 y 9 horas de sueño continuo y de calidad en adultos, mantener horarios regulares, evitar pantallas antes de dormir y cuidar el ambiente del dormitorio (oscuridad, temperatura, silencio).
La actividad física regular mejora la circulación sanguínea, favorece la función de los linfocitos y ayuda a reducir el estrés crónico, lo cual fortalece la respuesta inmunológica. Sin embargo, el exceso de ejercicio (especialmente en personas no entrenadas) puede tener el efecto contrario y generar inmunosupresión transitoria.
El ejercicio ideal para otoño puede ser correr, nadar, yoga o entrenamiento funcional ligero, con una duración de 30 minutos diarios, 5 días por semana.
Estrés: un enemigo del sistema inmune
El estrés emocional sostenido eleva los niveles de cortisol, una hormona que suprime diversas funciones inmunológicas. En otoño, la combinación de menos horas de luz, vuelta a las obligaciones y menor actividad social puede generar estados de ánimo bajos o fatiga emocional. Existen diversas estrategias útiles como: técnicas de respiración, meditación, organización de tareas, descanso activo y contacto social positivo.
Rutinas diarias para prevenir contagios
Las infecciones más frecuentes en otoño son de transmisión aérea o por contacto, como resfriados, gripe o faringitis. Las medidas higiénicas son fundamentales para reducir el riesgo de exposición:
- Lavado frecuente de las manos con agua y jabón o solución hidroalcohólica.
- Ventilación de espacios interiores, incluso en días fríos.
- Uso de mascarilla si se presentan síntomas de resfriado como tos o mucosidad.
- Evitar compartir objetos personales (como vasos, utensilios o productos cosméticos…).
Un sistema inmune fuerte no evita todos los contagios, pero sí puede hacer que las infecciones sean más leves y de menor duración.
Preparar el sistema inmunológico no se basa en tomar soluciones rápidas, sino en realizar acciones coordinadas y sostenidas en el tiempo. En este contexto, el rol del farmacéutico es más relevante que nunca: no solo como dispensador de fármacos, sino como educador, orientador y facilitador de salud preventiva. Su cercanía, accesibilidad y conocimiento permiten ofrecer a cada paciente las herramientas más adecuadas para enfrentar el otoño con fuerza y salud.
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